Que sospechoso resulta escuchar a propósito del Papa
Francisco que es persona afable, cercana, humilde y una serie de calificativos
en la dirección que apunta, no sólo a la imagen y semejanza de cualquier
paisano, sino a la mismísima reforma ideológica de la iglesia.
Es muy habitual escuchar por doquier que la Iglesia ha de
reformarse, que debe estar a la altura de los tiempos, que ha de adaptarse. Ahora
esa misma gente que afirmaba tales críticas celebran la entronización de un
Papa llamado-enviado a cumplir tal misión. No deja de sorprenderme la
contradicción subyacente de tales afirmaciones.
El termino adaptación es un concepto que se relaciona con el
de selección natural y que resulta espontáneamente para incrementar las
posibilidades de éxito (ante un medio) por descendencia y por ende de
supervivencia de la especie. Es sabido que cuando un organismo se adapta, por
una o varias mutaciones precedentes, ya es otra cosa. Parece que ahora la
Iglesia quiere ser otra cosa sin dejar de ser ella misma. La contradicción que
resulta de tal planteamiento aparece por lo que encierra el término
“adaptación” utilizado para su crítica pero clave para su supervivencia.
Institución anacrónica, pero a la vista está, necesaria.
La Iglesia es la institución, es la autoridad que ha
interpretado una serie de reglas y ha supervisado su complimiento. Ha sido la
Iglesia quién nos ha dicho cómo se jugaba bien al juego de la salvación de
nuestras almas porque nuestras almas estaban en juego. El Santo Pontífice es el puente que une lo
histórico y lo no-histórico, lo terrenal y lo celestial, por eso su autoridad,
pero ahora, quizás para su salvación, ha de bajar a la tierra, al sucio ámbito
de lo mundano y adaptarse para no perecer.
Si el Papa dice que no hay buey en el portal de Belén, que el
infierno no existe o los matrimonios homosexuales no caben en los brazos de
Dios, “va a misa”. Si no se está de acuerdo cabe contrargumentar que la Iglesia
somos todos, que el Amor puro, sincero sí está bendecido por Dios, etc… pero esto supone saltarse las reglas del
juego, por lo tanto querer jugar a otro juego, implicando dos alternativas; o asumir
que se cree en otra cosa o no considerar tal cosa y asumir la confrontación contra
la autoridad eclesiástica dando por hecho que ya no es Autoridad, pero
entonces; ¿para qué solicitar su aprobación?.
Cabe otra tercera alternativa, la vía del medio; que la
Autoridad baje al mundo, cambie las reglas, mute, se adapte y sobreviva a los
tiempos Postmodernos, se adapte a un mundo de verdades relativas, parciales y
muchas veces contradictorias.
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