martes, 19 de marzo de 2013

Habemus Papam


Que sospechoso resulta escuchar a propósito del Papa Francisco que es persona afable, cercana, humilde y una serie de calificativos en la dirección que apunta, no sólo a la imagen y semejanza de cualquier paisano, sino a la mismísima reforma ideológica de la iglesia.
Es muy habitual escuchar por doquier que la Iglesia ha de reformarse, que debe estar a la altura de los tiempos, que ha de adaptarse. Ahora esa misma gente que afirmaba tales críticas celebran la entronización de un Papa llamado-enviado a cumplir tal misión. No deja de sorprenderme la contradicción subyacente de tales afirmaciones.
El termino adaptación es un concepto que se relaciona con el de selección natural y que resulta espontáneamente para incrementar las posibilidades de éxito (ante un medio) por descendencia y por ende de supervivencia de la especie. Es sabido que cuando un organismo se adapta, por una o varias mutaciones precedentes, ya es otra cosa. Parece que ahora la Iglesia quiere ser otra cosa sin dejar de ser ella misma. La contradicción que resulta de tal planteamiento aparece por lo que encierra el término “adaptación” utilizado para su crítica pero clave para su supervivencia. Institución anacrónica, pero a la vista está, necesaria.   
La Iglesia es la institución, es la autoridad que ha interpretado una serie de reglas y ha supervisado su complimiento. Ha sido la Iglesia quién nos ha dicho cómo se jugaba bien al juego de la salvación de nuestras almas porque nuestras almas estaban en juego.  El Santo Pontífice es el puente que une lo histórico y lo no-histórico, lo terrenal y lo celestial, por eso su autoridad, pero ahora, quizás para su salvación, ha de bajar a la tierra, al sucio ámbito de lo mundano y adaptarse para no perecer.
Si el Papa dice que no hay buey en el portal de Belén, que el infierno no existe o los matrimonios homosexuales no caben en los brazos de Dios, “va a misa”. Si no se está de acuerdo cabe contrargumentar que la Iglesia somos todos, que el Amor puro, sincero sí está bendecido por Dios,  etc… pero esto supone saltarse las reglas del juego, por lo tanto querer jugar a otro juego, implicando dos alternativas; o asumir que se cree en otra cosa o no considerar tal cosa y asumir la confrontación contra la autoridad eclesiástica dando por hecho que ya no es Autoridad, pero entonces; ¿para qué solicitar su aprobación?.
Cabe otra tercera alternativa, la vía del medio; que la Autoridad baje al mundo, cambie las reglas, mute, se adapte y sobreviva a los tiempos Postmodernos, se adapte a un mundo de verdades relativas, parciales y muchas veces contradictorias.

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