La Marea Verde, la Marea Blanca, el 15 M y un sinfín de
concentraciones que reclaman, que se defienden, que se resisten a una verdadera
Marea que amenaza diluir el castillo de arena donde se aloja “la Sociedad del
Bienestar”.
Una y otra vez, al ver en los medios la acción y capacidad de
concentración de estos sectores de población, el Gobierno reacciona
argumentando una y otra vez con un discurso que por lo que vemos deja al
portavoz mudo ante semejante locución: “nosotros
representamos a la mayoría silenciosa”. Este discurso resulta del todo
desolador cuando nadie, no sólo el portavoz de turno, sino también los
charlatanes de cualquier programa radiofónico que están ahí para analizar la
actualidad política de nuestro país, se quedan mudos, sin voz, silenciados.
Cuando escuchamos una y otra vez el argumento quedamos expectantes ante la
esperanza de que se haya encontrado la forma de saltar esa piedra del camino y
respondan satisfactoriamente.
El argumento sin duda alguna es un tanto perverso. Es un
argumento que te echa del debate político, te expulsa del sistema, por eso
mismo te diluye, te deja sin voz, te convierte paradójicamente en la minoría
silenciada y con ello mismo arrebatado del “demos”,
de la “civitas”. El representante le ha robado la voz al representado, le
hace callar, lógicamente por su bien aunque éste no lo conozca. Quedas condenado
a ser libre por tu bien, por voluntad de la mayoría. La minoría no tiene voz porque
se la han robado, quizás sólo pueda rugir desde la jaula. Yo creo que cuando un
animal ruge desde una jaula, sólo grita.
Y es que hace falta construir un contraargumento de peso.
Hace falta recuperar la voz, ganársela. Hace fala decir que es una democracia
despótica la que apela a la mayoría, la que identifica mayoría con bien común, a
la que mayoría se considera homogénea y no disidente, a la que no se toma a la
minoría como parte del todo, a la que no se toma en serio al humano de carne y
hueso, a la que si no tienes representación suficiente no tienes parlamento. Parece
ser que para ser mayoría ha de ser silenciosa, y por lo dicho antes, sin voz
eres una animal enjaulado en la libertad de tus barrotes. Pasar de un estado cívico
a otro natural, he ahí la perversidad del sistema. El mismo Roussou lo formulaba
al revés; se pasaba del estado de naturaleza al estado cívico cuando los
individuos a través del pacto social enajenaban su interés particular en el
interés general, vía voluntad general. Y
es que resulta ser un desconocimiento por parte de los que apelan a la mayoría
en las urnas para desacreditar las reclamaciones de las minorías ruidosas. La
confusión o desconocimiento, intencionado o no, (he ahí la categoría de
nuestros políticos) proviene de no distinguir entre voluntad general y voluntad
de todos. La voluntad general no es la suma numérica de los intereses
particulares (voluntad de todos) sino del interés común. Rousseau reconoce que
cada persona de hecho tiene sus propios intereses y su propia voluntad, que no
necesariamente coincidirán con el interés general ni con la voluntad general: Cada
individuo puede tener una voluntad particular contraria o diferente de la
voluntad general que tiene como ciudadano. Su interés particular puede ser muy
opuesto al interés común pero para Rousseau, la sociedad es una verdadera
sociedad cuando es la expresión de voluntad general, entendida como el bien
común real. Esto presupone un pueblo homogéneo, sin contradicciones de ninguna
clase, o en su defecto, que los individuos renuncian a cualquier deseo
individual en nombre de los intereses colectivos, siempre que se sepa cuáles
son esos intereses de toda la sociedad. Sin duda valemos menos que la bala que nos
mata.